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Lecturas de Reflexión


El Camino a la Felicidad es el primer código moral basado totalmente en el sentido común. Publicado por primera vez en 1981, su propósito es ayudar a detener el declive moral actual de la sociedad  y restaurar la integridad y confianza en el hombre. 

El Camino a la Felicidad tiene también el récord Guinness como el libro no religioso más traducido del mundo. Su contenido  llena el vacío moral en una sociedad cada vez más materialista y contiene veintiún principios básicos que guían a uno hacia una mejor calidad de vida. Cualquier persona, de cualquier raza, color o credo puede seguir este código de conducta y trabajar para restaurar los lazos que unen a la humanidad. Pero el verdadero poder del libro se logra cuando se distribuye a los demás, yendo de mano en mano. Ya que las acciones de quienes te rodean pueden afectar profundamente tu vida, tú mejoras tu propia supervivencia cuando entregas ejemplares de El Camino a la Felicidad a tus familiares, amigos, compañeros de trabajo, empleados y clientes. De esta forma ayudas a los demás a sobrevivir mejor y a llevar  vidas mejores. Ellos, a su vez, dan ejemplares del libro a aquellos sobre cuyas vidas influyen animando a otros a tratar a sus semejantes con bondad, respeto y  compasión.



«No había cristiano que no tuviese dolor de ellos. Iban por los caminos y campos, por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, unos muriendo, otros naciendo, otros enfermando»


En la misión, uno de los artilleros había fallecido, seis tripulantes estaban heridos, el fuselaje estaba dañado por los impactos de las balas de los cazas Messerschmitt alemanes...



"El trago acompañó toda mi vida profesional. Tenía mucha presión, mucho estrés por el manejo de la empresa. No dormía bien y terminé tomándolo por litros."


Tras décadas de silencio, la verdad empieza a conocerse. Nadie les explicó a los habitantes de Cheliabinsk por qué a los peces del río Techa se les tornaron los ojos vidriosos. Ni por qué un buen día llegaron unos tractores oruga y empezaron a hacer excavaciones bajo una carretera.



Albert Espinosa nos sumerge en una emocionante historia protagonizada por unos personajes inolvidables que nos harán reflexionar y descubrir lo que es realmente importante en la vida.




Sea feliz y...¡ piense que eso es posible!




Vivimos en un constante vaivén, en un equilibrio dinámico y pendular.



El héroe desconocido
La historia de Stanislav Petrov o la victoria del sentido común

La historia de Stanislav Petrov es la historia de un héroe prácticamente desconocido. La suya fue una victoria del sentido común, el valor y la sangre fría frente un sistema diseñado para anular la capacidad del individuo para pensar por sí mismo.


       En ocasiones algunas de las páginas más trascendentales de la Historia se escriben con letra pequeña. Son esos contados momentos en los que la decisión de una sola persona, o de unas pocas, puede cambiarlo absolutamente todo con consecuencias de alcance global. De lo que hagan o dejen de hacer esos pocos elegidos en el instante preciso depende el destino de la Humanidad; es realmente inusual, pero ha llegado a pasar. Se cumplen ahora 32 años de uno de esos episodios, uno de los momentos más críticos acaecidos durante la Guerra Fría y que, sin embargo, ha pasado mayormente desapercibido para el gran público. Estamos hablando de la historia de Stanislav Yevgráfovich Petrov, teniente coronel actualmente retirado del que fuera el ejército de la Unión Soviética y que en 1983 protagonizó lo que se vino a conocer como el Incidente del Equinoccio de Otoño. Con este nombre tan aséptico se conoce lo que pudo haber sido el inicio de la Tercera Guerra Mundial, y el Holocausto Nuclear subsiguiente, y que sólo se evitó gracias a la templanza y buen juicio de este oficial ruso, que tomó la decisión correcta en el momento más crítico que podamos imaginar. Muy probablemente es gracias a él que la mayoría de nosotros seguimos aquí hoy día, así como también que el mundo sigua siendo, a pesar de todo, un lugar en el que merece la pena vivir. Puede que muchos no conozcan lo que sucedió aquel 26 de septiembre de 1983 en el centro de mando de la inteligencia militar soviética, así que he aquí la historia del teniente coronel Petrov y de su particular hazaña.

        Antes de todo trasladémonos al contexto histórico en el que tuvieron lugar los hechos. Estamos a principios de la década de los ochenta y en Estados Unidos ha dado comienzo la llamada era Reagan. El nuevo ocupante de la Casa Blanca es un ultraconservador reaccionario defensor de la mano dura contra los soviéticos, la famosa doctrina de "o ellos o nosotros", ya que en el mundo sólo podía haber una única superpotencia. Es por eso que cataloga al bloque comunista como "el Imperio del Mal" e inicia un viraje mucho más agresivo en la política exterior norteamericana. En Oriente Medio (Líbano, guerra entre Irán e Irak), Centroamérica (Nicaragua, El Salvador), Afganistán y otros "puntos calientes" del globo se reactivaron o agravaron una serie de conflictos enmarcados en la confrontación de la Guerra Fría. Asimismo Estados Unidos implementó a mayor escala las técnicas de presión estratégica ideadas por asesores como Henry Kissinger o Zbigniew Brzezinski, que implicaban realizar alardes de poderío militar mediante despliegues en distintas partes del mundo y maniobras militares a gran escala para mantener al enemigo en un estado de alerta permanente, lo cual no es sino una forma de desgastarlo. Ejemplos de ello fueron la decisión de enviar misiles y armamento nuclear a la entonces RFA, la Alemania del Oeste, programar unas maniobras en el escenario europeo que simulaban una confrontación nuclear, el operativo 
Able Archer 83, o el anuncio de la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica o SDI (popularmente conocida como "Guerra de las Galaxias"), un sistema combinado de misiles lanzados desde bases terrestres o submarinos y satélites armados y de detección que presuntamente protegerían Estados Unidos de un ataque nuclear soviético.

       Es por eso que el Kremlin y la cúpula del KGB estaban convencidos desde 1981 que Estados Unidos se estaba preparando de una u otra manera para iniciar una guerra de gran alcance, en la que el empleo de armas nucleares no estaría por supuesto descartado. Hipersensibilizados como estaban, los mandamases del régimen soviético reaccionaban de inmediato ante cualquier atisbo de amenaza, por infundado que fuera. Muchos de ellos pertenecían a la vieja guardia, veteranos de la Segunda Guerra Mundial, y llevaban marcadas a fuego las lecciones aprendidas en tan brutal conflicto. No estaban dispuestos a repetir el trágico error cometido durante el verano de 1941 cuando, aprovechando la distracción de unas maniobras militares en la Polonia ocupada, Hitler inició la invasión de la Unión Soviética cogiendo por sorpresa a su adversario. Seguramente esto explica el derribo del vuelo 007 de Korean Air, con 269 pasajeros a bordo, en septiembre de 1983 cuando dicho aparato se adentró, por razones desconocidas, en el espacio aéreo soviético. Como se puede comprobar en aquel otoño el estado de tensión entre las superpotencias rivales era máximo y cualquier incidente podía hacer saltar la chispa, encendiendo la mecha de una confrontación apocalíptica.

      Aquí es donde entra en escena Stanislav Petrov, oficial del Voyska PVO (Tropas de Defensa Antiaérea) destinado en el búnker Serpukhov-15 a las afueras de Moscú. Aquel era un centro de mando estratégico hasta donde llegaba la información recogida por un sistema de satélites denominado 
OKO ("Ojo" en ruso), dedicado a espiar las 24 horas del día y los 365 días al año los cielos sobre Norteamérica y alrededores, a la búsqueda trazas de vapor (contrails) y otras señales visuales que indicasen un misil intercontinental en curso dirigiéndose hacia el territorio soviético. Estos satélites formaban parte del sistema de alerta temprana de la superpotencia, la primera y fundamental línea de defensa, ya que en caso de ataque nuclear masivo el tiempo de reacción se reduce a apenas media hora. Resulta por ello fundamental contar con esta clase de sistemas que avisen con cierta antelación, dado que los radares de proximidad y las patrullas aéreas sólo pueden alertar cuando los misiles están a escasos minutos de sus objetivos, lo que dificulta enormemente, si no imposibilita, una respuesta.

      Aquella noche del 26 de septiembre todo parecía normal en el centro de mando del búnker moscovita. Hay que decir que el teniente coronel Petrov no tendría por qué haber estado de guardia precisamente ese día. Sin embargo se vio obligado a acudir porque el oficial que debía estar de servicio se puso enfermo y tuvo que sustituirle, a veces el azar tiene este tipo de cosas. Después de iniciar las rutinas habituales en un lugar como aquel, el protagonista de nuestra historia se dispuso a pasar otra madrugada sin incidencias reseñables, tal y como venían siéndolo todas. Pero aquella noche ocurrió algo distinto que nadie esperaba. Hacia las 00:14 hora de Moscú el sistema de alerta temprana OKO detectó el lanzamiento de un misil intercontinental desde la base de Malmstrom (Montana, Estados Unidos). Todas las alarmas se dispararon al igual que los niveles de adrenalina de quienes ocupaban el búnker. Las computadoras que recogían la información enviada por los satélites la pasaban por al menos una treintena de filtros de seguridad antes de ofrecer un aviso de ataque y, en aquellos momentos, lo que parecían mostrar era que el lanzamiento del misil se había producido "con una alta probabilidad". En condiciones normales aquello hubiera sido más que suficiente para que el oficial al mando iniciase el protocolo establecido en caso de ataque con armas nucleares, es decir, informar al acto a sus superiores inmediatos y dar la orden de contraataque. Pero Petrov no hizo aquello para lo que había sido entrenado, en vez de seguir la directrices como un autómata, recapacitó acerca de lo que podía estar sucediendo, ya que las implicaciones eran potencialmente apocalípticas. Por muy sofisticado que fuera aquel sistema de alerta temprana bien podría estar dando una falsa alarma, pues había precedentes al respecto. Después de todo, ¿qué clase de loco se arriesgaría a una conflagración nuclear por lanzar un único misil?


      Es por eso que el teniente coronel decidió no informar del suceso y esperó a recibir confirmación del lanzamiento por otras fuentes, aun a riesgo de quedarse sin capacidad de respuesta en caso de que el ataque fuese real. Sin embargo las cosas se complicaron mucho más. Unos minutos después las computadoras dieron aviso de un segundo lanzamiento y, seguidamente, de otros tres más. ¡Cinco misiles en curso! Aquello no podía ser accidental, ¿o sí? A buen seguro otros muchos se hubieran dejado llevar por la histeria, hubieran delegado la decisión en el escalafón inmediatamente superior o actuado de manera automática. Pero una vez más y saltándose el protocolo, Petrov apostó por la prudencia y el sentido común. Desde luego era posible que los estadounidenses, sin previo aviso o provocación mediante y corriendo un riesgo inmenso, hubieran decidido iniciar la Tercera Guerra Mundial comenzando primero con el modesto lanzamiento de cinco misiles; a lo mejor lo hacían "para despistar" y que sus enemigos soviéticos no se tomasen en serio la amenaza. Pero si se analizaba con frialdad la situación eso no parecía tener demasiado sentido. Si de verdad deseas aniquilar a tu adversario mediante el empleo de armas nucleares, la mejor manera es lanzar un ataque masivo contra el máximo de objetivos posibles, ya que así reduces al mínimo la posibilidad de un devastador contraataque. Tal y como diría el propio Petrov años más tarde: "Nadie inicia una guerra nuclear con sólo cinco misiles". Así que decidió mantenerse firme y a la espera de otros avisos de confirmación de lanzamiento que no proviniesen del sistema OKO.

      Durante unos angustiosos veinte minutos el teniente coronel y su equipo aguardaron a recibir más información, si Petrov se había equivocado condenaría a muerte a millones de personas sin posibilidad de neutralizar el ataque. Finalmente recibieron nuevas comunicaciones, los radares de proximidad de tierra no detectaron nada acercándose al espacio soviético, tampoco había confirmación visual de las patrullas aéreas, todo se había debido a un error de interpretación del sistema de alerta temprana. La sala del centro de mando estalló de júbilo y todos, aliviados, aplaudieron y jalearon a su oficial al mando por lo acertado de su decisión. Se había evitado el Holocausto Nuclear. El general Yuri Votintsev, superior de Petrov, fue inmediatamente informado de lo sucedido y, cuando todo hubo acabado y quedó claro que no había amenaza alguna, prometió que el teniente coronel sería homenajeado por haber salvado el mundo del desastre ¿Qué ocurrió para que el sistema OKO cometiese un error tan peligroso? Todo se debió a una insólita alienación entre el Sol, la Tierra y uno de los satélites de vigilancia, que provocó que la luz reflejada por unas nubes tipo cirro (que se forman a cotas altas y a veces tienen formas alargadas) fuera incorrectamente identificada como estelas dejadas por el lanzamiento de misiles por los sistemas ópticos de dicho satélite. OKO no era tan infalible como presuponía el alto mando soviético.

      Fue precisamente esto último lo que hizo que las promesas del general Votintsev cayeran en saco roto. Un régimen tan rígido y hermético como el soviético no podía permitir que un error así en sus sistemas de satélites saliera a la luz, aquello no era más que una muestra de debilidad. Resultaba mucho más sencillo ocultarlo todo y, por añadidura, culpar al oficial Petrov de indisciplina por no seguir la cadena de mando y dejar en manos de sus superiores la decisión de responder o no. Todo y que no fue juzgado o sancionado por los hechos, no recibió reconocimiento alguno y su carrera militar quedó estancada. Fue transferido a puestos de menor responsabilidad y finalmente hubo de jubilarse con una mísera pensión. Durante años llevaría una existencia gris y anónima, ocupando un pequeño y espartano apartamento en uno de esos bloques tan típicos de la era comunista en una humilde barriada de Moscú. Pero peor aún fue que los recuerdos de aquella madrugada del 26 de septiembre de 1983 lo persiguieron largo tiempo, por lo que hubo de recibir tratamiento contra la ansiedad. Un héroe que salvó a la civilización, ignorado y olvidado, consumiéndose en las sombras.

      En 1993, acabada la Guerra Fría y tras el desmantelamiento de la Unión Soviética, la historia de Stanislav Petrov fue hecha pública al fin; ya no era necesario tanto secretismo. Con el tiempo la singular hazaña de este hombre fue conocida en Occidente y, poco a poco, el reconocimiento fue llegando, aunque sin excesiva repercusión por parte de los grandes medios de masas (aquellos que deciden lo que es importante y lo que no para el gran público). El oficial soviético retirado ha recibido distintos galardones: premio Ciudadanos del Mundo (2004), un homenaje en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York (2006), el Premio Alemán de los Medios por su importante contribución a la Paz (2011) o el Dresden Preis (2013). No obstante y a pesar de todos estos reconocimientos el personaje sigue siendo virtualmente un desconocido para muchísima gente. Quizá salvar al mundo de la hecatombe no sea mérito suficiente, mucho más importante es protagonizar un reality show o copar las portadas de la prensa amarilla. Aunque si Petrov hubiese nacido, por ejemplo, en Estados Unidos o Inglaterra y los hechos hubieran sucedido a este lado del Telón de Acero, posiblemente su historia sería más legendaria y un gran estudio de Hollywood habría filmado ya una superproducción protagonizada por alguna conocida estrella de la gran pantalla.

      Pero lo que en realidad nos enseña la historia de Stanislav Petrov es una lección mucho más importante. Aquel hombre trabajaba y vivía en el seno de una sociedad e institución extremadamente rígidas y jerarquizadas, no había espacio para la improvisación, para la libertad de expresión o para el desarrollo personal. El sistema asfixiaba al individuo y le impedía pensar por sí mismo, tan sólo quedaba la fidelidad al régimen y a sus líderes, seguir las directrices sin cuestionarse nada. En un entorno como este a veces es tremendamente complicado que el sentido común prevalezca sobre la obediencia ciega. Es algo así como ese conocido cuento en el que un rey de un imaginario país desfila completamente desnudo ante sus súbditos, porque su sastre le asegura que ha confeccionado un traje mágico que sólo los estúpidos son incapaces de ver. Por miedo a ser señalados por los demás como idiotas, todos los que ven pasar al rey admiran su inexistente vestimenta. Hasta que un niño, haciendo uso de la sinceridad y el sentido común, les hacer ver que su soberano se pasea efectivamente con sus vergüenzas al aire. En cierto modo Petrov fue como ese niño, en un momento en el que bien hubiera resultado sencillo ceñirse al protocolo, no pensar puesto que un sistema computerizado parecía hacer el trabajo por ti, él encontró la serenidad suficiente como para hacer precisamente lo contrario. De esta manera aquel 26 septiembre el sentido común triunfó sobre la fría sinrazón de la maquinaria del sistema. Gracias a eso seguimos todos aquí. Los héroes de verdad no son personajes con antifaz y estrafalarios trajes ajustados de colores chillones, ni tampoco "machos alfa" musculados que se abren paso a tiros con su enorme pistola. Son hombres y mujeres normales y corrientes que se ven envueltos en circunstancias excepcionales y encuentran la manera de tomar la decisión correcta. Personas como cualquiera de nosotros, como Stanislav Petrov, el hombre que salvó el mundo.
(Kwisatz Haderach)


El primer testimonio de una víctima de un crimen de honor.